La historia de la cordillera Cantábrica parte de la última orogenia alpina en la que se generaron otras grandes cadenas montañosas como las Béticas, Himalaya, etc., y las cordilleras menores de los Pirineos, serranía Central, Ibérica, etc. El conjunto de esfuerzos producidos por la corteza terrestre juega a largo plazo con la articulación de la zona Cantábrica en grandes bloques rotos, unos hundidos y otros levantados, cuya disposición ha tenido un papel importante en la evolución del territorio.
La apertura del Golfo de Vizcaya a finales del Jurásico, y principalmente en el Cretácico inferior, ocasionó la separación entre Iberia y Europa con un adelgazamiento y extensión continental, formándose fallas normales y el hundimiento de fosas tectónicas que se convirtieron en cuencas sedimentarias en la que se acumularon grandes espesores de sedimentos.
A finales del Cretácico, la región galaico-asturiana, que prácticamente estaba emergida y sometida a un clima tropical, quedó casi totalmente aplanada; es decir, con relieves escasamente contrastados. Cantabria, que estaba sumergida en un mar igualmente cálido a lo largo de la mayor parte del Mesozoico, dentro del que se generaron numerosos arrecifes de coral, emergió más o menos rápidamente; de ese modo, los fondos de sedimentos carbonatados de la plataforma continental condicionaron un primer relieve con pocos contrastes altimétricos. Los arrecifes estaban separados por surcos a los que llegaban aportes sedimentarios terrígenos fluviales y deltaicos; como el surco de Valnera-Soba –Bilbao, limitado al N por la plataforma o alto de Ramales con gran desarrollo de las calizas urgonianas.
En el Paleógeno (entre 65 y 23 millones de años antes del presente), el gran bloque cortical representado por Francia y sus fondos oceánicos experimentaron un movimiento hacia el S, es decir, presionando contra el bloque que contiene la fachada cantábrica, como franja septentrional del bloque ibérico.
Este proceso compresivo N-S obligó a que la corteza se plegara y fragmentara. Además, se le añadió otro movimiento lateral de componente hacia el NO, por la activación de fallas transformantes, como la de Bilbao y Avilés.
Para complicar estos esfuerzos, la compresión del océano Atlántico en su historia de expansión se superpuso a las anteriores.
Toda esta dinámica compresiva, seguida de alguna etapa distensiva intercalada dentro del Terciario, promovió la emersión de las rocas sedimentarias calcáreas y siliciclásticas sedimentarias en aquel mar tropical y su plegamiento y rotura, hasta entonces ordenadas monótonamente en posición horizontal.
Los pliegues están representados por flancos relativamente suavizados, con pendientes medias de 250, salvo cuando están afectadas por fracturas importantes, circunstancia por la cual tienden a verticalizarse (caso de las rocas jurásicas del sector Ampuero-Ramales). Las roturas individualizaron bloques de gran magnitud, los cuales, de acuerdo con el diagrama de esfuerzos, seguían direcciones preferentes E-O y sus conjugadas NO-SE y NE-SO.
Con los sucesivos procesos de elevación del continente y estabilización de la corteza se escalonan en el relieve hasta seis planicies de erosión distintas (1.450 m, 1.200 m, 750 m, 550 m, 440 m y 325 m), la más alta correspondiente a la más antigua en el tiempo.
Estas circunstancias tuvieron lugar durante un tiempo geológico relativamente dilatado, muy probablemente a lo largo del Mioceno (hace alrededor de 22 millones de años) en que imperaban condiciones de una cierta tranquilidad orogénica, es decir, sin la ocurrencia de terremotos ni grandes movimientos de bloques (fallas), pero con un proceso continuado de elevación continental por isostasia o epirogenia.
Después de aquellos eventos de máxima actividad tectónica, la evolución general de la corteza se ha caracterizado por etapas sucesivas de estabilidad seguidas de elevaciones lentas, pero continuadas hasta el momento actual. En definitiva, esta dinámica cortical, caracterizada por una elevación más o menos constante, supuso que la superficie de erosión continental primitiva, cuya diferencia altitudinal original se situaba entre 0 m (en la costa) y unos 100-150 m en el interior, se elevó hasta una cota altimétrica actual máxima de 1.450 m en la región (Flor y Martínez, 2002).
Esto no quita para que existan cumbres más elevadas, que representarían cimas residuales de aquellos bloques rotos que experimentaron una mayor elevación en las primeras etapas de la construcción de la cordillera.
Sociedad Española de Espeleología y Ciencias del Karst
Boletín 10
Septiembre 2014
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